Un día como hoy, hace 40 años, nos estrellamos en un avión
cruzando la cordillera de Los Andes. Setenta días después, 16 de los 45
pasajeros salimos de la montaña para el asombro del mundo quien nos había dado
por muertos. No había asombro para nosotros, que siempre creímos que íbamos a
sobrevivir.
Cuarenta años más tarde, los 16 que escapamos de la montaña,
nos encontramos vivos y viviendo una vida normal. Una vida con satisfacciones y
también con más montañas. Aquella, la de Los Andes, no fue la única que tuvimos
que superar. Después, tuvimos que superar varias más, y cada vez que nos
enfrentamos una nueva, no sabíamos si la
superaríamos o no, no sabíamos cuan alta era, solo sabíamos que teníamos que
empezar a caminar, de la misma manera como superamos aquella, hace ya 40 años.
Hoy nos queda el recuerdo de nuestros amigos que murieron, que
de alguna manera volvieron con nosotros. Ellos, los que murieron, no eran ni mejores ni peores
que nosotros, algunos incluso hicieron enormes contribuciones al grupo mientras
estuvieron vivos, pero estaban sentados en el lugar equivocado el día que se
estrelló el avión o estaban durmiendo en el lugar equivocado el día que nos
cayó el alud. Hoy no podemos hacer otra cosa que agradecer en silencio lo que
ellos hicieron al morir, permitiéndonos a nosotros vivir y poder contarlo.
Los 40 años también me hacen reflexionar sobre algunas cosas
que hemos aprendido. En ningún caso nos íbamos a salvar solos. Nos salvamos
porque trabajamos en equipo, pero ese trabajo en equipo, esa solidaridad, no
salió de un plan o de nuestras cabezas, salió de nuestro corazón, del instinto
de supervivencia individual de cada uno que quería sobrevivir, pero sabíamos que
para sobrevivir, solos no podíamos.
La otra cosa que sabíamos era que para que tuviera sentido
todo lo que estaba sucediendo, no teníamos que desfallecer nunca. Teníamos que
estar vivos siempre y lo mejor posible.
No nos podíamos morir un poquito. Allí había que estar bien cada
instante, lo mejor posible, siempre, para tener una posibilidad de llegar al
final de nuestra odisea.
Allí en la montaña en la lucha diaria por la sobrevivencia
fuimos encontrando sentido a lo que estábamos haciendo, y eso permitió que
nunca nos desorganizamos. Siempre tuvimos una estructura. Sabíamos cual era la
tarea, sobrevivir siempre un día más para poder llegar al fin de nuestro viaje.
Hemos demostrado que el libro de W. Goldin,
“El Señor de las moscas” está equivocado. Los seres humanos abandonados
en una situación límite, no remitimos al salvajismo y a la autodestrucción,
todo lo contrario, nos organizamos para sobrevivir.
La increíble caminata de 10 días por la montaña de Roberto y
Nando, es un enorme acto de liderazgo. No solo por su contenido heróico y
epopéyico. Sinó porque al salir ellos de
caminata nos abandonan, y el grupo tiene que resistir y hacerse más fuerte. De hecho, mientras ellos
caminaron por los Andes, nadie más murió, y los 14 que estábamos vivos cuando
ellos salieron a caminar, todavía estábamos vivos cuando finalmente 10 días
después fuimos rescatados.
Si de algo somos un ejemplo, es de resiliencia. Claramente
hemos sido un grupo resiliente. Y hemos sido resilientes porque allí en la
montaña nunca estuvimos solos, siempre había un compañero en el que nos
reflejábamos y nos hacía recordar que éramos seres humanos, y porque después
cuando regresamos y contamos a los padres de los chicos que murieron cómo nos
habíamos alimentado lo único que recibimos fue un aplauso sanador. Nos dijeron
que estaba todo bien, que ellos entendían. Si nos hubieran perseguido o acusado
de algo, posiblemente nos hubiéramos pasado nuestra vida defendiéndonos de lo
indefendible y no podríamos haber hecho la vida normal que hemos hecho hasta
ahora.
Por último, todos los
seres humanos somos de alguna manera sobrevivientes. La relación que tenemos
nosotros con nuestra propia experiencia de sobrevivencia, no es distinta de la
relación que cada uno tiene con sus propias experiencias de sobrevivencia. A
todos nos pasan cosas en la vida, un accidente, una situación límite, solo que
la nuestra es más conocida, se han filmado películas, se han escrito libros.
Pero ya han pasado muchos años, y los recuerdos ya son borrosos. Sinó, no
podríamos haber hecho la vida normal que hemos hecho hasta ahora, con buenos y
malos momentos, con éxitos y fracasos, con más montañas y valles. Por eso, si
bien aprendimos mucho, también aprendimos poco y haber sobrevivido aquella
montaña no es una garantía de nada y al otro día, tuvimos otra que subir,
porque así es la vida, andar subiendo montañas, una tras otra.
2 comments:
Hola Pedro!!
A raíz de que se cumplieron 40 años desde la tragedia y cayendo en la cuenta que nunca leí ni ví nada sobre el tema, estoy leyendo el libro, uno de ellos, ¡viven!
Comencé ayer y he leído un buen poco. Estremece. Le voy contando algunas anécdotas a mis familiares y me hacen callar.
Cuando concluya regreso para contarte qué tal.
Encontré tu blog, buscando imágenes de ustedes en el buscador de Google.
Saludos!!!
Acá estoy nuevamente...
No recordaba que había pasado un año desde mi anterior comentario. Muy bueno el libro, me deja pensando y para mí, es un canto a la vida.
Lo único que les envidio, es esa relación estrecha que tuvieron con Dios " el dueño de la montaña".
Buena vida Pedro!!!
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