Hace 38 años, un 13 de octubre, nos estrellamos en un avión al cruzar la cordillera de los Andes. Este 13 octubre, nos encuentra a la espera de que los 33 mineros salgan de su entierro en el desierto de Atacama.
Nosotros sobrevivimos más de 70 días a cielo abierto, perdidos a más de
Los mineros han pasado también casi 70 días, perdidos en el fondo de la montaña, sin poder ver la luz del día. Seguramente lo peor fueron los primeros 18 días en que no sabían si los encontrarían o no, en que es muy probable que se sintieran que estaban solos y en que, como nosotros, debieron racionar sus alimentos sin saber si alcanzarían hasta que los rescataran. Después, una vez establecido el contacto, con el cordón umbilical con el mundo exterior, la espera activa y militante, ocupándose de estar lo mejor posible, haciendo todo lo que debían hacer para mantenerse lúcidos, en control de la situación y preparándose para el rescate.
El aniversario de nuestro accidente nos obliga a mirar para atrás y recordar el espanto de la tragedia y a nuestros amigos que no volvieron. Pero también nos obliga a recordar que han pasado ya 38 años y que los 16 que sobrevivimos la montaña seguimos hoy vivos y sanos y hemos hecho vidas normales, con éxitos y fracasos, con buenos y malos momentos. Porque hemos podido vivir mucho más tiempo después de la montaña. Mirando para atrás, el accidente en Los Andes y la experiencia de sobrevivencia, si bien todavía está en nuestra memoria, ya son imágenes borrosas y relegadas por todas las experiencias que en estos 38 años hemos vivido. Las familias que hemos construido, nuestras esposas a quienes algunos todavía no conocíamos, los hijos que no teníamos, nuestros trabajos posteriores y todo lo que hemos hecho y amado, hace que el accidente en Los Andes visto 38 años después, pase a ser solamente algo más que un incidente en nuestras vidas.
Estoy seguro de que cuando salimos de la montaña, nuestros padres, junto con la enorme emoción de recuperarnos con vida, tenían la gran angustia por lo que nos pasaría después en la vida, qué fantasmas nos perseguirían por la experiencia límite que nos había tocado vivir. Estos temores no se cumplieron y gracias a ellos y a toda la gente que en distintas etapas nos ha dado el cariño y la comprensión, no hemos tenido las pesadillas que algunos preveían.
Espero que dentro de muchos años, los mineros que hoy están saliendo de su agujero, puedan recordar estos momentos con mucha paz y haberlo casi olvidado. Y que puedan recordar sin estremecerse los momentos de angustia en la mina y también los momentos intensos que vivirán próximamente. Los momentos del reencuentro con sus seres queridos, la necesariamente difícil adaptación a vivir nuevamente en familia, la adaptación a ser de golpe personas requeridas por los medios de comunicación y los estudiosos del mundo. Seguramente se harán películas y se escribirán libros, la gente conocerá el nombre de algunos de ellos, los veremos por televisión contando su experiencia, lo que sintieron, lo que hicieron, lo que vivieron.
Pero por suerte, todo eso pasará y tarde o temprano volverán a su rutina, deberán enhebrar nuevamente el hilo y la aguja de la vida normal, en silencio y en soledad, y tendrán la opción de hacer muchas otras cosas, de vivir el resto de sus vidas con mucha intensidad y volver a sus vidas privadas, para que dentro de muchos años, también puedan sentir que el recuerdo de su sobrevivencia en la mina se vuelve borroso y relegado por recuerdos mucho más intensos de todo lo que les faltaba por vivir.
(*) Nota publicada en La Nación On Line del día de hoy.