Prólogo
El verano pasado fui a
visitar a Nando[1] a su
casa en Punta del Este, con el objetivo de que leyera mi manuscrito y pedirle
que escribiera unas líneas para la contratapa de este libro. Nando me dijo que
lo leería y eventualmente escribiría con gusto unas líneas.
Después de una cordial y
agradable reunión me acompañó hasta la puerta de su casa para despedirme, y
mientras caminaba delante de mí miré sus
piernas flacas y cansadas y me estremeció imaginarme a esas mismas piernas
dando pasos de gigante en la montaña. Pero quedé totalmente desconcertado
cuando vi unas feas cicatrices cerca de sus pantorrillas y talones. No sabía
que Nando tenía sus piernas lastimadas mientras caminaba por los Andes e
imaginé que las heridas se habían producido después.
“¿Cómo te hiciste esas
heridas? ¿Fue en una moto o tuviste un accidente de auto?”, le pregunté
confundido mirando sus lastimaduras intentando buscar una confirmación que me
tranquilizara.
“No Pedro, me las traje de la
montaña”, contestó.
Me quedé petrificado.
Descubrir esas heridas 42 años después me conmovió profundamente al imaginarlo
caminando con Roberto[2]
por la montaña, desesperados, heridos y al límite de sus fuerzas, buscando una
salida para ellos y para nosotros. Sabía que había sido una hazaña inmensa pero
hacerlo con heridas sangrantes en sus piernas me pareció que agregaba aún más valor a algo que ya no admite
adjetivos.
Yo no tengo cicatrices
visibles ni caminé 10 días por la montaña, pero estuve 70 días viviendo bajito,
luchando por sobrevivir. Con el tiempo que ha transcurrido, a medida que
corremos el velo protector que nos protege, nuestras heridas aparecen y como
las de Nando, magnifican lo que vivimos en los Andes.
*
“¡No irás a escribir otro
libro más sobre el tema de los Andes!, ¿No está todo dicho ya?”, me dijo mi
hermano Santiago al enterarse de que estaba trabajando en este proyecto.
¿Otro libro más? Pues sí,
éste es otro libro sobre lo que nos pasó en Los Andes. Lo escribo porque creo
que no está todo dicho y siento que tengo algo más para decir. Falta contar
cómo viví yo mis 70 días en la cordillera y cómo llevé mi montaña después en mi
vida personal; pero lo quiero contar como me hace sentido a mí.
Quiero dejar escrito mi
testimonio y algunas reflexiones con más de cuarenta años de perspectiva. Me
importa dar mi visión personal de esos 70 días, de la lucha por sobrevivir día
a día, y cómo fue que entre todos, con dificultades y mucho trabajo pudimos
construir esa máquina de sobrevivencia, que fue nuestro cuerpo colectivo en la
montaña.
Lo hago porque me gusta
contarlo, porque me hace bien. De hecho
al escribirlo me he podido conectar nuevamente con la montaña y me he conmovido
al evocar los momentos del accidente, las decisiones importantes, la lucha
diaria por sobrevivir, la rutina pequeña del día a día y la caminata final de
Nando y Roberto mientras nosotros los esperábamos en el avión. También me
emocioné con el recuerdo de mi padre
buscándome sin esperanza y con nuestra salida de los Andes listos para
enfrentar otros desafíos. Al final, me he dado cuenta que la montaña todavía me
acompaña, está conmigo, se mueve y me sigue conmoviendo. Pero ya pasó, he
aprendido a vivir con ella; ya no molesta y me ha dejado vivir mi vida normal
por más que a veces me emociono y me avisa que todavía está.
También soy consciente de que
a mucha gente le impacta nuestra
historia y que escucharla le ayuda a poner sus propias montañas en perspectiva
y a tomar fuerzas para superar su propia adversidad.
En estos sesenta y dos años
de vida y cuarenta y tantos años de segunda vida, me pasaron y pensé muchas
cosas que tienen que ver con este hecho tan significativo para mí. Todo está en este libro, muchas veces en
forma explícita, pero la mayoría de las veces flotando entre líneas, como es el
caso de toda historia testimonial contada con el corazón en la mano.
En mi recuerdo despojado y
limitado de lo que pasó en Los Andes está también lo que es más difícil
resolver, lo que sigue quedando como un misterio. ¿Por qué sobreviví yo y no
algunos de mis hermanos de la montaña que estaban mucho mejor preparados o que
después en sus vidas podrían haber hecho aportes importantes? ¿Cuál es la fuerza que nos hacía vivir un día más y
que nos llevó hasta el final? ¿Cómo hicimos para conformar un verdadero equipo
de trabajo cuando cada uno en el fondo quería sobrevivir él? ¿Dónde está hoy la
montaña en mi vida? ¿Dónde está la cicatriz por las decisiones que tomamos para
vivir? ¿Dónde está el duelo no hecho por
mis amigos que no volvieron? ¿Cómo hicimos para soportar tanta tensión?
Algunas de estas preguntas
tienen un inicio de respuesta y otras no porque ni yo mismo las sé.
Mi experiencia de los Andes
fue un momento especialmente límite y difícil, de mucho trabajo, de dolor,
oscuro, de vivir bajito, de estar en contacto con las manifestaciones vitales
más básicas, de convivir con la muerte y de sobrevivir casi sin darme cuenta,
instintivamente. Mi vida después de Los Andes fue distinta, llena de
oportunidades y realizaciones, con una
linda familia y buenos trabajos, donde no he dejado cosas por hacer y
crecer. Pero también, una vida con otras montañas, donde lo vivido en los Andes
sirvió para saber que ante las nuevas montañas solo hay que empezar a caminar.
Porque no son dos vidas
contrapuestas. Son parte de lo mismo. Hoy, con más perspectiva, intento
integrarlas, hacer una síntesis, reconocer que las he vivido y que no las puedo
separar.
Con más de 40 años de
distancia, los recuerdos son borrosos, confusos y quedan básicamente imágenes
muchas veces mezcladas por lo que se ha escrito o dicho después. El tiempo y todo lo que hemos vivido han
borrado los límites y contornos de nuestras memorias. Las heridas existen pero
han cicatrizado y nuevas experiencias y más heridas tenemos sobre las viejas
heridas que ya teníamos. A veces, las cicatrices son tantas que no las podemos
identificar. Lo bueno es que no vivo sobresaltado por los recuerdos ni nos
atemorizan viejos fantasmas. Eso ya pasó. Pero ahora, miro hacia atrás y conecto puntos, de lo que
éramos y lo que somos, y la historia adquiere un nuevo sentido.
Obviamente este libro no es
una novela ni nada por el estilo: es mi historia, la historia de mi vida, la
que me permite construir sentido. Es la historia de mi supervivencia en Los
Andes y lo que hice después con la montaña a cuestas. Es mi lucha por hacer mi
vida normal, con la montaña moviéndose en la mochila. Pero no es la única
historia de los Andes. De hecho cada uno de los 16 sobrevivientes, tiene la
suya. Ésta es la mía.
*
Estimado lector: este libro
está organizado en dos partes. La primera está relacionada directamente con el
episodio de los Andes. En ellos encontrarás un relato de lo que nos sucedió,
tal como yo le he vivido. También aparece
lo que me pasó después del rescate,que como verás, se mezcla bastante
con mi vida normal. La segunda parte contiene algunas de mis reflexiones,
organizadas por temas y no como un simple testimonio vivencial. Finalmente me
permito sacar algunas conclusiones, intentando hacer un resumen de lo que no
debería ser resumido.
Desde ya, agradezco tu
interés en esta novela (que no es una novela) sobre mi montaña, donde podría
haberme quedado pero de la que porfiadamente quise salir. Espero que me
acompañes hasta el final.