Tanto Coche, Moncho, Gustavo y yo, hemos entregado todo y hemos recibido todo. Quedamos impresionados por el trabajo técnico que se realiza, tanto por parte de los que perforan la montaña como lo que hacen los muchachos abajo y el manejo y apoyo sicológico a los mineros y sus familias. Realmente se vivía una emoción enorme en el Campamento Esperanza.
Nos encontramos con las familias en medio de un enjambre de periodistas y después tuvimos un encuentro reservado con los familiares de los mineros. Cada uno de nosotros dijo unas palabras. Dimos un mensaje esperanzador. Yo les dije que en realidad los que deberían estar allí eran nuestras madres, nuestras esposas y nuestras familias, que como ellos, nos buscaron sin perder las esperanzas por tanto tiempo. Y que en representación de ellos les dejabamos el abrazo más cálido que le podíamos dar.
Nos cantaron una canción que nos habían preparado como bienvenida y agradecimiento, en la cual hacían alusión a nuestro episodio, con la música de “Se va el caimán”, pero en vez de “irse para Barranquilla”, este caimán se iba para la mina. Cantamos típicas canciones chilenas, bailamos, nos abrazamos y también lloramos. Terminamos con el grito de “Ce hache i…….”, pero que esta vez terminaba con “Uruguayos de Chile!!”
Ellos saben que pese a que están en un momento de gran esperanza, todavía les queda mucho para trabajar, para sacarlos de esa mina y para que sus muchachos vuelvan a vivir una vida normal. También vimos la angustia apenas contenida por la espera interminable, la incertidumbre y la preparación para el encuentro.
Quedamos agotados, llenos de la emoción recibida y entregada, insolados por el sol abrasador del desierto, pero felices por haber llevado un mensaje de esperanza y amor, desde nuestra propia experiencia, desde nuestro testimonio, no desde la teoría, desde nuestras experiencia de vida.
Quedamos a disposición de la “alcaldesa”, de la Sra. Segovia, de la Sra. Barrios, de la hija de Franklin Lobo y su familia, ex jugador de futbol de la selección chilena de fútbol; quedamos a disposición de todas aquellas madres, padres, hermanas y hermanos, tías y abuelas viejitas, de las cuales en el fárrago del momento y la emoción, era imposible retener sus nombres, pero cuyas imágenes de luchadores del desierto nos llevamos grabados en nuestras retinas y nuestra memoria. No se si los volveremos a ver. Solo se que nuestro historia, mi historia, ha quedado metida, en esta historia no terminada, de los mineros atrapados en la montaña.