Una de las cosas que me dejó la experiencia de Los Andes es la idea de que el instinto de supervivencia es individual, que allí arriba, uno quería salvarse uno mismo. Pero también es cierto que nos dábamos cuenta de que eventualmente nos salvaríamos en grupo, y por eso trabajamos como un equipo, pero porque individualmente cada uno, quería salir. En definitiva, lo que nos hizo superar todas las dificultades que se nos fueron presentando, era ese deseo de vivir, que salía de adentro de cada uno de nosotros y que nos llevaba a vivir un día más, un instante más. Y ese instinto es individual, no grupal.
Pero también es cierto, que en ocasiones, los seres humanos pueden reprimir o sublimar ese instinto de supervivencia individual, y en esos casos, entregar la vida por el otro o quitarse uno mismo la vida. Sucede cuando una madre entrega la vida por su hijo, o cuando alguien se inmola por una causa propia, o bien cuando un soldado arremete hacia una muerte segura en la línea de combate, o cuando alguien en un estado de desesperación decide poner fin a su vida.
Estos casos no cambian la esencia de mi argumento, pero multiplican el valor o el significado del esfuerzo de aquellos que pueden de alguna manera ser más fuertes que su propio instinto de supervivencia y entregar su vida por alguna causa. Si el instinto de supervivencia es tan fuerte como yo creo, qué difícil es sin embargo ir en contra de él. Por las buenas o malas razones.